Ha comenzado.
Sembré en un niño la primera semilla de la desidia. Es una plaga.
Son tan fáciles de desencantar, por más que quieran conservar la fe en los brujos, en la religion, en los artistas o en sus amantes.
Un soplo es suficiente.
Esa capacidad de autoengañarse, lo unico que les queda, es tan frágil.
Hoy un niño descubrio que está solo.
Que solo tiene su vacio y su soledad para enfrentarse a la vida.
Sus heroes están muerto.
Hoy Dios se llama intemporalidad, pero creer en él es tanto o más dificil que creer en la magia.
El niño está cauteloso. No le gusta lo que ve. Le dije que jamas será capaz de amar por siempre. Que jamas podrá retener a su lado aquello que lo hace feliz. Que ni su tristeza y ni su dolor más profundo significan algo, al fin y al cabo. Que no hay siquiera una razón para este caos al que ayer le llamaba Mundo. Le dije que esta solo, que siempre estara solo y que nada más que su vacio, le es suyo. Que no hay nada en que creer, en que aferrarse, por qué morir.
He tirado la palanca de la autodestrucción.
En adelante el vivirá contandole a otros, esto que yo le he dicho. Y ellos extenderan la plaga por medio de miradas, de besos, de llamadas que nunca contestaran. Y vivirán pensando que son lo que son, pero cada día pensaran menos en aquello que pudieron ser.
Ha comenzado.
Para ellos, el futuro es un abismo al que no saltan. Y estaran satisfechos de aquella extraña atracción morbosa que les causa ese abismo, y sonreiran felices, porque de una vez por todas han aceptado las condiciones de la vida.
Hasta que tropiecien conmigo, claro. Esta madrugada soplaré en sus caras para que recuerden siempre que al final sólo estare yo. Para que sepan que a donde voy yo, ellos no podran seguirme. En la mañana los niños despertaran temprano, habrán comprendido el sentido exacto de su inercia. En todas partes florecerán edificios, proyectiles, relojes. Las madres ahogaran a sus hijos antes de ir a suicidarse en la bañera. Los asesinos, sorprendidos, harán de sí mismos el gran golpe de sus carreras.
Y caerá la noche sobre aquellos campos, y no habrá nadie ahí, esperando que amanezca.
Sólo yo, pero no estaré esperando, porque yo sé.
Y mi risa se oirá como un eco, colandose por las calles, subiendo escaleras y atrevesando las sienes.
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