viernes, 4 de enero de 2008

el corazón que siente desvia la mirada.

El niño salta de lo real a lo imaginario, se desliza sin límites en un
todo uniforme. A medida que crece, se va forjando una línea que separa
sus contornos. La línea se vuelve pared. El niño, convertido en hombre,
se queda del lado de la realidad dándose de cabezazos contra el muro. Al
fin, olvida que existió un mundo al otro lado.




El niño dibuja una flor, la recorta, la huele y sonríe. Ellos insisten
en llamarlo papel. El niño, deshojado, ve como su flor se marchita y se
vuelve papel ante sus ojos.


El muchacho pregunta, intrigado, por la historia de su país. El maestro
cuenta la mitad de la mitad que a él le contaron. Lo que falta, se
descompone en el cementerio de alguna memoria.


Cada vez que el muchacho se abrocha los zapatos y abre la puerta para
salir a cambiar el mundo, en el umbral se encuentra con un hombre que le
dice “estoy de vuelta, es inútil. Ni lo intentes“





Ellos dicen que lo educan. Él desaprende el instinto y asimila la norma.
Pero no comprende cómo crecer se transforma en sentirse cada día más
pequeño.

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